domingo, 18 de mayo de 2008

Texto de invitación al poemario "Ankh" por Carlos Vázquez Cruz

Conversa cierta mujer con una cruz que lleva a cuestas. Habla de “ella”, con “ella”… ¿La mujer o la cruz? ¿Cara o cruz? Este juego de versos, reversos e incógnita desemboca en la fusión de ambos elementos dentro de una propuesta estéticamente pulida, discursivamente incisiva, cognitivamente letal.

Desde la antigüedad egipcia, Ankh ha aludido –en la naturaleza- al sol, el cielo y la tierra; -en el ser humano- a la cabeza, los brazos y el cuerpo, o –generalmente- a la conjunción de contrarios, según especifica Juan Eduardo Cirlot en su Diccionario de símbolos. Sin embargo, dicha representación se asocia también con la mujer, pues se asemeja al espejo de Venus, empleado para identificar el cobre y catalogar lo femenino.

“Ankh” se vinculaba a la inmortalidad de los dioses y al deseo de ésta cuando se aplicaba a la persona. Por lo tanto, si se transfiere la conciliación de opuestos expresada por Cirlot (cielo-tierra, vida-muerte, mujer-hombre…) a la expectativa que despierta esta publicación, Zuleika Pagán profiere a sus lectores la expresión poética cual manifestación inequívoca de una experiencia íntima, trascendental y poderosa. Tal augurio se cumple sin lugar a dudas al develarse una autora guarnecida de términos sencillos y pertrechada con voces confrontadoras e irónicas, en su acto de blandir la hoz ceniza del lápiz mientras contiende “contra” otros escritores.

Al argumentar que esta breve producción de Pagán presenta un panorama intenso de la vida mujeril, no se pretende incurrir en riesgos. La estructuración del contenido exhibe tres secciones de poesía, divididas por citas cuya congruencia respecto al texto facilita la debida ilación. Herman Hesse, El Marqués de Sade y Arthur Rimbaud, figuran entre los elegidos por la escritora para fijar los lindes de un juego en esencia malditista, pero superior a los estertores inherentes a dicha escritura en este período histórico. Lo cierto es que llamarla “lírica”, cuesta, aunque cualquiera pecaría de injusto si la tilda de “dramática”. La virtud de Pagán estriba en transportar sus letras hacia tonalidades oscuras, sin desmerecerla con lo críptico.

Con Hesse, se postula que la vida es un paseo por el infierno, declaración delatora de la existencia como camino tortuoso que, más tarde, la misma autora justificará cuando dicte que la eliminación de los males terrenales repercutirá en el aburrimiento. Las divinidades, pagana y cristiana, conviven en el texto: dios = la desgracia (Rimbaud); Dios = quizás no omnisciente, pues se le dificultaría conocer el ambiente desolador enunciado por Lowry. Colgado de ese mástil irónico, oscila el péndulo hipnótico de Donatien Alphonse François (Marqués de Sade): “La madre recomendará a su hija/ la lectura de este libro”. ¿Qué vaticina este portal del trabajo creativo de Pagán? Que, de veras, las madres moralistas mantendrán esta aventura literaria fuera del alcance de sus niñas, como se obra con la medicina inapropiada para la edad. Por ello resulta imperioso zambullirse en ella.

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